Las fiestas, en general, son hechos sociales totales porque en ellas aparecen reflejadas todas las manifestaciones de la vida cotidiana; como la económica, la social, la familiar, la política, la religiosa o la artística.
Además, las fiestas, como todos los ritos, son eficaces y performativas, porque su uso transforma la percepción que la gente tiene de las demás personas. De hecho, Bourdieu se refiere a las fiestas como “golpes de magia bien fundados”, porque las identifica como fenómenos simbólicos que actúan sobre la representación de lo real para cambiar lo real a través de lo simbólico.
De este modo, nuestros ritos nos ayudan a introducirnos en el tiempo de lo sagrado, de la comunidad y en el de los orígenes de la vida. Y es por esto, que la fiesta se convierte en una instancia renovadora de lo social, donde el tiempo se detiene y las jerarquías y las estructuras desaparecen.>Respecto a los carnavales, fiesta que acabamos de celebrar, encontramos tres elementos constitutivos que se caracterizan por ser un continuo y por contener la siguiente la anterior. Estamos hablando del carnaval como ruptura, como transgresión y, finalmente, como inversión.
En un primer momento, en las sociedades que estaban muy controladas a base de normas y constantemente expuestas a la pobreza, el carnaval es vivido como una ruptura, a nivel de horarios, vestidos, comida, costumbres, con este control; esto es, un momento de desahogo. Ya que lo que viene después es el tiempo de Cuaresma y contención.
Pero la fiesta carnavalesca no es solo la ruptura simbólica del orden sino que también es la creación de un nuevo orden. Transgredir, en este sentido, significa quebrantar y traspasar los límites y desordenarlos de forma consciente. Esta sería la manera de introducirse en el mundo de lo sagrado, rompiendo, en algunos casos, los tabúes. Es por ello que los carnavales se caracterizan por el caos y el exceso.
Así, transgrediendo el caos se destruye lo que está caduco para poder volver a los orígenes y renovarse. De este modo, la lógica común de toda fiesta se hace presente mediante la efervescencia colectiva y la ruptura de los tabúes; la referencia al tiempo mítico de los orígenes y la recreación del caos primitivo; y la regeneración social
.

Y el último elemento después de la ruptura y la transgresión es la inversión o lo que Balandier denomina “el mundo al revés”, en el que lo que aparentemente es una destrucción es, en realidad, una regeneración, ya que no hay orden sin desorden. Dos caras de una misma moneda. Esta inversión es aún muy visible en las Mascaradas que se siguen celebrando en muchos pueblos en las que las personas que habitualmente ostentan el poder son ridiculizados por las personas que normalmente no lo tienen.


Ilustraciones:  Andrea Cascallana


Referencias:


Bourdieu, Cosas dichas, 1998, Buenos Aires, Gedisa.

Martínez, Etnografía o la tarea de escribir la experiencia, 2008.

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