Muy estimado Sr.:

Tal día como hoy, 12 de febrero, pero hace 206 años nacía usted, Sr. Darwin. ¡Hay que ver el lío que ha formado! Con razón se pensó durante 20 años la publicación de esa “peligrosa” idea suya: la evolución, o transmutación de las especies, como usted gustaba llamarla. Las mentes de su época no estaban preparadas para dar un salto semejante (y, por desgracia, muchas de las actuales, tampoco), una concepción de la naturaleza que nos apartaba a los humanos del “trono de la Creación”, y nos privaba de los honores autoimpuestos de “especie superior”.

¿Qué hubiera pasado si, por azar del destino, no hubiera sido escogido para subir a bordo del Beagle? ¿Y si al capitán FitzRoy, deseoso de compartir mesa y mantel con un caballero, durante un periplo de cinco años, usted no le hubiera caído simpático? Porque hay que admitir, Sr. Darwin, que el capitán era un personaje peculiar…
No quiero imaginar la cara que debía ponerle el contramaestre del barco, cuando llegaba cargado de huesos tras un día de excavación, y le rayaba con su mercancía la lustrosa cubierta de la que se sentía tan orgulloso. Estuvo usted muy cerca, varias veces, de salir lanzado por la borda.

¿Sabe? Hay multitud de lugares en el mundo que celebran el Día de Darwin (sí, sí, no se sonroje tanto), y extienden sus actividades hasta el 14 de febrero. Yo creo que es una oportunidad extraordinaria para que San Valentín nos ayude, y que cada vez haya más gente que se enamore de la evolución. ¿Qué le parece?
Si Copérnico contribuyó a sacarnos de ese vanidoso centro del universo en el que nos suponíamos, usted aceptó el reto de bajarnos del pedestal de la naturaleza con una simple y hermosa idea.

Con toda mi admiración, reciba mis más sinceras felicitaciones,
J.A.B.

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