Eduardo Chillida nace en San Sebastián (País Vasco) en 1924. Comienza su carrera como jugador de fútbol, pero una lesión en las rodillas le obligara a colgar los guantes de portero.
Más adelante, entrado en su carrera artística, afirmará que el lugar en el que ocurre la magia del fútbol, la portería, es el mismo concepto de espacio en el que considera que el escultor se desenvuelve y da forma a sus obras.
Habiendo iniciado sus estudios de arquitectura, decide abandonarlos para mudarse a Madrid y estudiar en el Círculo de Bellas Artes. Es en este período que decide dibujar con la mano izquierda, y no con la derecha, debido a las continuas alabanzas a su maestría hacia el dibujo. Chillida no quiere dibujar de manera intuitiva, inconsciente, la pintura debe partir en la mente y de ahí transferir la información a la mano que la plasma en el papel.
A finales de los años ‘40 se marcha a París y empieza a colaborar con la galería Maeght, ambiente en el que conoce a artistas de gran importancia como Giacometti, Braque, Miró y Calder, siendo Eduardo el más joven de todos. Chillida pasea por el Louvre, se empapa del arte que allí conoce, destacando las esculturas clásicas griegas. Forma y Torso son esculturas realizadas en estos años. Para Torso utiliza como material el yeso, pero lo trabaja como la piedra, no parece un material blando. Los tonos blancos de estas primeras esculturas, unidos a la referencia clara a la figura humana, nos hacen ver la influencia notoria del ya comentado Arte Griego. Pero estas esculturas denotan también una búsqueda de lo bello, y posteriormente luchará de forma continua contra esta idea de belleza en sus obras.
A su regreso al País Vasco adquiere total conocimiento de sus orígenes. Ve y huele el mar, contempla los bosques frondosos plagados de magia; el artista se siente un árbol más dentro de los bosques oscuros y llenos de vida. A partir de este momento su escultura se empapa de identidad y profundidad. Tal y como él expresará en sus escritos, se da cuenta de que la luz del País Vasco es oscura, negra, y no tiene nada que ver con la luz blanca de Grecia. Considera que las personas del norte tienen una forma distinta de relacionarse con las personas que las del Mediterráneo y, por tanto, su forma de expresarse no puede, ni debe, ser la misma. Cambia los materiales empleados, nunca escogidos por una
cuestión funcional, y comienza a trabajar el alabastro, la madera y el hierro, siendo este último su material predilecto. La escultura nace en su interior, proviene de sus orígenes, y es una escultura introvertida, más fácil de comprender o de agradar a personas afines a su estilo de vida, considerando, por ejemplo, que su obra es mejor acogida en países como Alemania y no tanto en países mediterráneos (a pesar del éxito rotundo que tendrá, no sólo en Europa).
Esculturas irregulares porque la geometría no existe en su cabeza, sino la asimilación de pequeños errores que estabiliza hasta el punto de controlarlos, dejando atrás la idea inicial de verlos como errores.
Para Chillida es muy importante la construcción artística del espacio y la asimilación del tiempo, dos conceptos intangibles, indefinidos e inexplicables. Ambos se encuentran en la poesía y en la escultura, por eso su obra siempre tendrá algo de poético y de inexplicable, y, aquí, reside la magia de su arte. Los títulos de sus esculturas siempre nos inducirán a una reflexión sobre lo que estamos contemplando, nos llevarán a imaginarnos algo que va más allá de las formas abstractas. El espectador se pierde en obras como el Peine del Viento o Elogio del Horizonte, es un ejercicio de meditación, de buscar el sentido real y metafórico de las esculturas. La obra dialoga con las personas, pero también con la naturaleza, lo que le da un carácter mágico y hace que brille en nuestra mente hasta el material más tosco.
Eduardo Chillida tendrá reconocimiento internacional en vida, ganando numerosos premios como el Gran Premio de Escultura de la Bienal de Venecia (1958), el Premio Príncipe de Asturias (1987) o la exposición que le dedicó el Museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York en 1980.
Su pérdida aconteció en el año 2002 y sus restos reposan hoy en el Museo Chillida-Leku, inaugurado en el año 2000, espacio que alberga obras del escultor en su ambiente más idóneo: los bosques en los que creció y de los que recogió sus frutos para su obra.
Su legado, concluyendo, siempre estuvo comprometido con sus orígenes en el norte de España. Los materiales empleados dan muestra de ello, y la forma de trabajarlos y de expresarse nos enseñan su carácter propio, y lo que el escultor consideraba debía ser el reflejo de su gente.
BIBLIOGRAFÍA:
CHILLIDA, Eduardo; Writings, Richter Verlag, 2010.
Chillida: elogio de la mano [catálogo exposición] Museo de Arte Abstracto de Cuenca, [organizada
por] Fundación Juan March, Madrid, 2003.
Imprescindibles: Lo profundo es el aire (Chillida) [documental], RTVE, 2016, 63’. Disponible en:
http://www.rtve.es/alacarta/videos/imprescindibles/imprescindibles-profundo-aire-chillida/3743068/
[Consulta: 19 de agosto de 2017].