Para unos autores, dentro del mundo de los biólogos evolutivos, la centralizad de los genes es absolutamente determinante, mientras que para otros el efecto del medio sigue siendo notable e importante.

Son visiones hasta hace poco antagónicas que han disputado tremendas disputas entre ellos a lo largo del último siglo, en la que ha prevalecido la visión genocentrista y determinista, pero parece que poco a poco ambas visiones van reconciliándose ante los avances de las últimas décadas.

El siglo XX en el campo de la biología se ha definido como el “Siglo de los Genes”, fue precisamente en 1900 cuando los experimentos de Mendel fueron redescubiertos casi simultáneamente por tres botánicos: Hugo DeVries, Carl Correns y Erich von Tschermak.

Dos años más tarde Bateson publicaría Mendel’s Principles of Heredity: A Defence y en su versión ampliada de 1905 acuñaría el término “genética” iniciando así los estudios modernos de la herencia.

Poco más tarde, en 1908 se formula la ley de Hardy-Weinberg que establece las frecuencias génicas en poblaciones panmíticas.

En 1909 el biólogo danés Wilhelm Johannsen sugirió que los elementos básicos de la herencia deberían denominarse genes en lugar de pangene como había propuesto años antes DeVries.

En su definición admitía que el concepto carecía de cualquier hipótesis y que carecía de base material, al igual que los elemente definidos por Mendel o la gémulas del propio Darwin, a los genes de Johannsen solo se los conocía ad consequiantiam:

“La palabra gen está libre de cualquier hipótesis; el concepto simplemente expresa el hecho evidente de que muchas características de los organismos se especifican en las células germinales mediante condiciones especiales, fundacionales y determinantes que se encuentran presentes en entidades únicas, diferenciadas y por tanto independientes, a lo que queremos denominar genes“.

Y en 1911 se introduciría la distinción entre genotipo y fenotipo.

La combinación de la genética mendeliana, la biometría y la teoría darwiniana de la evolución dio lugar a la teoría sintética de la evolución durante los años 30 y 40.

Diversos descubrimientos de gran importancia fueron poco a poco mostrando la esencia física y material del concepto gen: primero en el plasma germinal, luego en el núcleo de la célula, después en los cromosomas y finalmente en el ADN.

Ya en 1953, Watson y Crick descubrieron la doble hélice, la estructura molécular del ADN, y en 1958 se describió el flujo unidireccional de información del ADN al ARN y de éste a proteínas, asumiéndose así el determinismo del fenotipo por parte del genotipo. Watson en su obra autobiográfica narra:

“En la pared sobre mi mesa pegué una hoja de papel en la que se leía ADN —> ARN —> proteína. Las flechas no representaban reacciones químicas sino que representaban la transferencia de información genética de la secuencia de nucleótidos en las moléculas de ADN a las secuencias de aminoácidos en las proteínas“.

(JD Watson. 2009. La doble hélice (3ª edición). Alianza, Madrid. Pág. 138.)

Quedaba así establecido el “dogma central” de la biología molecular que iba a determinar las siguientes décadas de investigación y pensamiento que se confirmó durante la década de los 70 con la aparición de la sociobiología, y en 1976 con la publicación del “gen egoísta”.

Estos dos hechos dieron lugar al desarrollo de una nueva especie de fundamentalismo genético sobre la naturaleza humana, que quedaría bien reflejada en palabras del propio Watson durante la promoción del proyecto Genoma Humano (Human Genome Project):

“Antes creíamos que nuestro destino estaba escrito en las estrella. Ahora sabemos, que en gran medida, nuestro destino está en nuestros genes“.

Dogma central de la biologia molecular modificado

El objetivo de todas estas investigaciones era la de comprender la relación entre el genotipo y el fenotipo, y en general se perfiló un esquema en el cual la relación genotipo-fenotipo se asumió como lineal.

El descubrimiento del ADN había puesto de manifiesto que no había objeto tal como el gen previamente definido, que no existen entidades discretas que pudiesen relacionarse término a término con los rasgos externos (fenotipo) hereditarios de un organismos.

Pero no por ello el pensamiento determinista perdió peso, y se aferró a determinar que segmentos de la cadena continua de ADN contenía esas unidades concretas y diferenciadas que se habían intuido desde los inicios de la genética.

A lo largo de dicho siglo, y específicamente en las últimas décadas la estrategia de estudio más aceptada y practicada fue la del reduccionismo metedológico.

Dicha filosofía de estudio considera que la manera más productiva de avanzar en ciencia es la de descomponer los sistemas en sus componentes más pequeños o funcionales.

Los descubrimientos en los últimos años en biología molecular sin embargo cada vez parecen alejarnos cada vez más del concepto de gen clásico.

A diferencia de los cromosomas, los corones, las bases o los nucleótidos, los genes siguen siendo entidades oscuras, más una entidad conceptual que una entidad biológica, no es que haya perdido su significado, pero el mismo cada vez resulta ser más amplio e indeterminado y sus referencias se multiplican.

En las dos últimas décadas se ha empezado ha reconocer la complejidad de la relación genotipo-fenotipo. En estos momentos se puede decir que estamos iniciando una “era posgenómica” en biología en la que resulta necesario volver a los sistemas biológicos, incluir los avances y la cantidad de información generada en el campo de la biología molecular por los cambios tecnológicos en los organismos y sus medios para ver como todos los componentes interactúan entre ellos para conformar la complejidad de un organismo vivo.

Han aparecido nuevas líneas de estudio relacionadas con el desarrollo, los denominados eco-evo, que investigan el encendidoy silenciado de los genes a lo largo del desarrollo de los organismos, y la relación lineal y determinista entre genes y fenotipo empiezan a reconocerse como falsas y no funcionales tal y como se creía a raíz de la teoría sintética de la evolución proclamada en los 30 y 40.

Kirschner y Gerhart también reconocen el problema al decir:

“nuestro conocimiento de la variación genotípica es muy sofisticado, pero nuestro conocimiento de la variación fenotípica está muy rezagado. Esta representa la principal incompletitud de la teoría evolutiva“.

Cada vez más voces empiezan a abogar por la necesidad de llevar a cabo estudios integrales y en abrir la colaboración entre diferentes especialidades y campos científicos.

Así en su libro, Paul Grifffiths y Karola Stotz (Genetics and Phylosophy: an introduction. 2013. Cambridge University Press) concluyen:

“la especificidad del organismo biológico se distribuye a lo largo del genoma y sus mecanismos de regulación […], dichos mecanismos de regulación implican muchos factores “externos al genoma”, incluidos aspectos del ambiente y de las experiencias […]. La vía por la cual los genes en combinación con otros actores determinan la actividad celular es mecanicista, pero no reduccionista”.

Estas nuevas ideas que están emergiendo desde diferentes campos parecen encaminadas a restringir el ámbito de lo genético a la hora de comprender los organismos vivos, afectando con ello no solo a la biología, sino en la teoría y la práctica al resto de las ciencias de la vida.

Aunque a día de hoy en las medios de información sigan publicándose titulares totalmente lineales y reduccionistas vinculando una enfermedad compleja a alteraciones en un gen específico, los científicos en general evitan las promesas que plantearon en el pasado.

Solo hay que recordar el discurso que Bill Clinton proclamó desde la Casa Blanca el 26 de junio del 2000 al concluir el Proyecto Genoma Humano:

“Hoy el mundo se une a nosotros en el Ala Este para contemplar un mapa de gran significado. Estamos aquí reunidos para celebrar la finalización de la primera lectura completa de un genoma humano… La ciencia genómica va a tener un impacto real en nuestras vidas, y aún más en la de nuestros hijos. Va a revolucionar la diagnosis, la prevención, y el tratamiento de muchas, sino todas, las enfermedades humanas“.

El Proyecto Genoma Humano desde luego constituyó una gran hazaña en su momento, y su desarrollo permitió la gran explosión genómica que se ha experimentado en los últimos años, con enormes progresos tecnológicos que proporcionan la secuenciación de genomas enteros en tiempos y a costes entonces inimaginables, sin embargo los sueños de “revolucionar la diagnosis, la prevención y el tratamientos de muchas, sino todas, las enfermedades humanas” en palabras de Clinton de momento siguen quedando lejos.

El papel de la unidad informativa, conceptualizado como la “pieza clave” para explicar el origen y el cambio de la diversidad biológica, que se representó en el gen como la unidad de herencia por excelencia, está en plena revisión, en gran medida por la teoría de la epigénesis, que ya se comentaba en la entrada anterior, los estudios de plasticidad fenotípica y los avances en embriología.

El dogma determinista de ADN —> ARN —> proteína está en cuestión, rara vez resulta ser tan directa, estable y unívoca.

Predominan las relaciones complejas, que se bifurcan, que incluso se alteran con el tiempo y son influenciadas por el entorno del organismo.

En el mejor de los casos en los que se puede establecer una relación unidireccional entre genotipos y fenotipos, la relación no es la deseada: [ Genotipo A ——> Fenotipo A* ] sino [ Fenotipo A ——> Genotipo A* ].

Es decir, un rasgo fenotípico puede ser indicio seguro de la presencia de una determinada combinación de nucleótidos, pero la presencia de dicha combinación no asegura que el organismo presente o vaya a presentar ese rasgo fenotípico.

Es cuando los genetistas empiezan a hablar de probabilidades, predisposiciones y situaciones favorables, conceptos que sin embargo en la prensa muchas veces siguen ignorándose y se venden titulares simplistas y deterministas (ver al final una lista de ejemplos de titulares engañosos en la prensa española).

¿Cómo un concepto como el de gen que resulta tan débil dentro de la ciencia ha cobrado en el último siglo y hasta hoy en día una fuerza que no solo se limita al campo de la biología, sino que como hemos visto se ha extendido hasta la sociobiología?

La respuesta para muchos se encuentra al margen de lo científico, en lo sociológico e incluso en lo político. La genética ha conquistado muchos ámbitos, más allá de los de su propia materia de estudio: se recurre ha ella para explicar la genialidad de un artista, la violencia de un criminal e incluso las relaciones entre individuos dentro de la sociedad.

Así se ha construido un discurso determinista desde el cual algunos autores procuran establecer los ejes desde los cuales debe explicarse incluso lo social y lo cultural.

En el último libro del divulgador científico Nicholas Wade, Una herencia incómoda, incluso recupera la noción genética de razas humanas, rechazada por la mayoría de genetistas, pero no al ámbito individual sino sorprendentemente al ámbito social y cultural.

En la entrevista publicada en el País el pasado 5 de marzo de 2015 explica:

“Todos somos variaciones del mismo tema. Hay diferencias entre razas, pero no llegan al nivel individual: como individuos somos prácticamente iguales. De existir alguna diferencia significativa atañe al nivel de nuestras sociedades. […] Lo que intento decir es que como cada sociedad es ligeramente diferente, en un momento concreto una comunidad puede estar haciéndolo mejor que otra, en el ámbito económico, por ejemplo“.

Wade con estas afirmaciones reconoce que las diferencias individuales son pequeñas pero las poblaciones o de sociedades son mayores.

Sin duda existen diferencias poblacionales, el aislamiento, la diva genética, la selección a condiciones ambientales locales han dado lugar a una gran diversidad genética entre las poblaciones humanas, pero eso son diferencias genéticas fácilmente explicables desde la genética de poblaciones.

De ahí a declarar que existen las razas humanas y que estas se definen a nivel cultural pero no individual, pone otra vez de manifiesto el uso genérico de la genética y su visión determinista.

¿En serio se puede apelar a las diferencias genéticas las diferencias culturales entre pueblos o regiones sin considerar la historia, las condiciones ambientales, la estructura social? ¿Un asiático o un africano nacido y educado en Europa o en Estados Unidos no tiene acaso más en común con sus vecinos que con sus posibles ancestros?

Si es así, dónde queda la genética a la hora de determinar una sociedad.

¿Cómo puede afirmar que la medicina occidental es más eficaz, que el arte occidental es más creativo y que las instituciones europeas son más innovadoras, sobre todo atribuyendo a todas estas propiedades sociales o culturales una base genética? ¿Acaso no hay personas de distintos grupos étnicos y orígenes geográficos contribuyendo a la medicina o el arte occidental? ¿Cuántos médicos o artistas de origen asiático o africano hay por ejemplo en Estados Unidos para establecer una relación genética en la evolución cultural de las sociedades?

Vemos así que el determinismo genético ha dado lugar en ocasiones a un discurso pseudocientífico de la genética, apoyada en la entidad inmaterial del gen, que se ha llegado incluso a involucrar a lo largo del último siglo en juicios políticos, convicciones sociales y concepciones morales, adoptando así unas directrices ideológicas que se analizarán más a fondo en la próxima entrada.

Sin embargo no deja de sorprender que ante la dificultad de los investigadores para localizar segmentos de ADN causantes de enfermedades o de caracteres morfológicos o fisiológicos simples, dichas dificultades no arredren a otros para señalar genes causantes de rasgos complejos como la agresividad, la inteligencia, la homosexualidad o la conducta criminal, e incluso las diferencias culturales como Wade pretende en su último libro.

Sin entrar en la dificultad de cuantificar parámetros como la agresividad o la inteligencia de una manera apropiada, dichos estudios, a la luz de los otros y sus resultados obtenidos, resultan ingenuos y cargados de una gran dosis ideológica, con unas ideas del gen y la genética de principios del siglo pasado cuando “se asumió silenciosa y unánimemente que existía una relación de 1:1 entre el factor genético (gen) y el carácter” (Mays 1982, The growth of biological thought. Harvard University Press).

En la próxima entrada hablaremos de la carga ideológica de la genética en el pasado y en el presente, y como los avances en genética y ecología evolutiva que han demostrado la dificultad de establecer una causa directa y determinista entre el genotipo y el fenotipo, no sólo sugieren la necesidad de ampliar la teoría sintética de la evolución, sino que debería conllevar consigo cambios bioéticos.

Selección de titulares aparecidos en medios españoles con el gen como protagonista, y la simplicidad y determinismo de los mismos:

“El gen de la homosexualidad sólo se encontraría en hombres, no en mujeres, según un estudio reciente” (El País 1998)
“Descubierto un gen relacionado con la inteligencia” (El País 1998)
“El gen que los hace infieles” (El País 2008) Aunque el investigador en el artículo explique “Todo comportamiento humano tiene tres esferas, la biológica, la psicológica y la social, y todas ellas influyen de una manera u otra. La existencia de un factor biológico no significa que lleve al hombre a tener un problema de relación“, el titular escogido por el periódico es expresamente sensacionalista y contribuye al ideario deterministas.
“Descubren el gen de la juventud” (ABC 2012)
“El gen de la felicidad femenina” (ABC 2013)
“Descubren que la proteína de la longevidad puede hacerle más inteligente” (RT 2014)
“Descubren el “gen de la longevidad”” (La Gaceta 2014)
“El “gen del guerrero” hace a sus portadores más propensos al crimen violento” (SINC 2014) Para concluir en la misma noticia, pero ya no en el titular “para los autores, el consumo de alcohol influye en el comportamiento agresivo”, nuevamente el titular se enfoca en el gen y la genética dejando en un segundo plano otros factores que pueden influir tanto o más que la propia presencia del gen
“Myc, el gen de la longevidad y del envejecimiento saludable” (ABC 2015)
“The wanderlust gene: why some people are born to travel” (Elite Daily 2015)

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