La globalización es un nuevo paradigma que ha reorientado la manera de entender el mundo ya que las viejas técnicas de interpretación ya no nos sirven. Según sus teóricos más reconocidos nos encontramos frente a una nueva era global que se caracteriza por la ausencia de centros, la falta de control y orientación y la indeterminación del pensamiento, entre otras cosas.
Además, la globalización es un nuevo agente social concomitante con la pos-modernidad, una nueva manera de ordenar el mundo que rompe con el fatalismo y el progresismo, ya que supone la multiplicidad de los metarrelatos, lo cual implica una crisis en el racionalismo que aboga por la existencia de una única verdad. La conversión de todos los individuos en “intérpretes” hace que una de las características de esta era sea la inseguridad permanente y la ansiedad. Es por ellos que nos encontramos conviviendo en sociedades en riesgo, con identidades en riesgo. Las seguridades de la vida tradicional han desaparecido, y las sociedades postmodernas son líquidas y fragmentadas.
Pero, ¿la globalización es homogeneidad o es una nueva dimensión donde hay un feed-back entre ideologías dominantes y resistencias? En este sentido, a pesar de que el rasgo cultural de la globalización es la desterritorialización de las relaciones sociales y de la cultura, es decir, que los significados pasan de los lugares a los flujos, esto no significa que los significados desaparezcan en las redes, sino que lo local se reconstruye, se reafirma y se reterritorializa.
Las influencias de la globalización atañen de manera importantísima tanto a la identidad como a la conciencia de pertenencia en base a la comunidad (genos), al contexto (locus) y a la memoria (cosmos). Sin embargo, se dan procesos de relocalizacón de la experiencia.
La identidad local se caracteriza por la coexistencia de unos rasgos que tienen que ver con la comunidad (sentimientos y significados compartidos) y con la localidad, es decir, un sitio geográficamente diferenciado poseedor de un espíritu específico (genius loci). Raymond Williams (1977) llama estructura de sentimiento a este fenómeno y lo define como conciencia subjetiva derivada del hecho de vivir en un lugar particular con el que los individuos desarrollan profundos sentimientos de apego a través de experiencias y de memoria. Así, los lugares son territorios de memorias y experiencias compartidas que sirven de anclaje para la relación y que dan lugar a sentimientos de identidad y a un profundo sentimiento de pertenencia a un lugar y de amor por él (topofilia).
Es cierto que la globalización se caracteriza por la erosión de la distintividad de los lugares. Los territorios se desconfiguran, las fronteras se rompen, el tiempo se acorta… Hay un desincrustamiento de lo local, lo cual es una amenaza hacia el genius loci.
Pero, ¿la identidad local desaparece en la época de la globalización? No. La identidad está muy enraizada y depende de los significados que le dan las personas.
En este sentido, habría que superar la visión economicista “esencializadora” de la globalización, para pasar a preguntarnos por la visión emic que tienen los sujetos. Este aspecto fenomenológico es el que se han interesado varios antropólogos hermeneutas, ya que como dice Clifford Geertz (1987), debemos estudiar la interpretación que da la gente de los significados profundos (significación vs. representación); o como dice John Tomlinson (2003) debemos analizar cómo la gente interpreta lo que le llega “desde arriba”.
De este modo, si entendemos la cultura como atribuciones de significado, cada cultura interpreta lo que le llega desde arriba; y así, la globalización se convierte en la oportunidad de que la cultura se inscriba en el mundo de los flujos sin dejar el de los lugares (Barcellona, 1992; Castells, 1998). Es decir, los lugares siguen existiendo e interpretan lo que les llega de los flujos.
Por lo tanto, el trasvase de la globalización no va sólo en una dirección, afirmar esto sería ver una cara de la moneda. El proceso es doble y no hay que olvidarse del aspecto hermenéutico de la cultura: la indigenización de lo que llega de la cultura global.
En este sentido, Tomlimson (2003) afirma que todos los que consideran que la globalización es imperialismo occidental olvidan el aspecto hermenéutico, fenomenológico de la cultura. Es decir, lo local indigeniza lo que viene de la cultura global, constituyendo los entresijos de la indigenización que conforman la globalización “desde abajo”.
Es cierto que la postmodernidad produce no-lugares, pero también hay una vuelta a la valorización de lo diferente, así como una mercantilización de los lugares, que solo sobreviven si se meten en el mercado. Otras maneras de pertenencia de lo local en la postmodernidad es la resistencia, como los movimientos anti-globalización, o la producción de meeting points, lugares de mezcla: abiertos, porosos e híbridos.
Referencias bibliográficas:
- BAECELLONA, P. (1992). Posmodernidad y comunidad. El regreso de la vinculación social. Madrid: Trotta.
- CASTELLS, M. (1998). Conclusión: Entender nuestro mundo, en La era de la información (III) fin del milenio. Madrid: Alienza. Pp. 369-394.
- GEERTZ, C. (1987) La interpretación de las culturas, Barcelona: Gedisa.
- GIDDENS, A. (1990). The consequences of modernity. Cambridge: Polity press.
- MARTÍNEZ, J. (2005) Cultura Vasca, globalización y posmodernidad, KOBIE (Serie Antropología Cultural), no. 11, pp. 41-68.
- TOMLINSON, J. (2003). Globalización y cultura. México: Oxford University Press.
- WILLIAMS, R. (1977). Marxism and literature. Oxford: Oxford University press.