Ilustraciones de Alberto Bolumar

La selección natural ha sometido a una presión intensa a todos los seres vivos durante millones de años, llegando a provocar encarnizadas luchas por la supervivencia, utilizando todas las armas que se encontraran accesibles. De todos los tipos de lucha que se han venido dando en la naturaleza, uno de los más curiosos es el parasitismo. En él, un organismo huésped obtiene algún beneficio de otro, llamado hospedador, al que puede serle indiferente o producir un daño. Hay numerosos ejemplos de parasitismo que muestran las maravillas de la naturaleza y, precisamente, en este texto queremos hablarles de uno de ellos.

Fig. 1 Ophiocordyceps

El género Ophiocordyceps es un grupo de hongos cuyo ciclo vital se basa en el parasitismo a diferentes especies de hormigas. Concretamente, la especie Ophiocordyceps unilateralis es un miembro de este grupo que parasita hormigas del género Camponotus, también conocidas como hormigas carpinteras tropicales, que viven en la copa de los árboles de la selva tropical. Hasta aquí podría parecer todo normal, pues el humano mismo también sufre ataques e invasiones de hongos, como puede ser el pie de atleta o la candidiasis. Sin embargo, el parasitismo que sufre esta hormiga va mucho más allá. Una vez el hongo ha conseguido entrar en el cuerpo de la hormiga, extiende sus hifas, es decir, las fibras de células que componen su organismo, por todo el cuerpo del hospedador. Después, esas hifas comienzan a invadir e impedir el funcionamiento de las fibras musculares de la hormiga, produciendo en ella movimientos erráticos y convulsiones, recordando al comportamiento de un auténtico zombi. Esta invasión conlleva un gran deterioro del cuerpo del hospedador, llegando el hongo a conformar un alto porcentaje de ese cuerpo.

Fig. 2 Hormiga Infectada

Estos problemas motrices llevan a la hormiga a caer de su hábitat natural a la parte baja del bosque, donde el hongo se siente mucho más cómodo y puede crecer mejor, debido a las condiciones atmosféricas. Tras, aproximadamente, diez días de tortura parasítica, el hongo provoca un desgaste en las estructuras musculares de la cabeza de la hormiga y hace que esta clave sus mandíbulas en la vena principal de una hoja, quedando anclada allí hasta, incluso, después de morir. Este anclaje suele producirse alrededor del mediodía, lo que podría indicar que el hongo utiliza la luz solar para sincronizar su acción. Finalmente, el parásito propicia el crecimiento de sus estructuras sexuales a través de la cabeza de la hormiga y libera esporas que acabarán encontrando nuevos hospedadores.

Fig. 3 Hormiga Zombie

Uno de los aspectos más curiosos de este parasitismo es que el hongo no llega a penetrar en el cerebro de la hormiga, aunque sí podría secretar sustancias que lo dañasen, lo que supone que la controla periféricamente, directo a los músculos, como si se tratase de una marioneta algo tétrica. Además, aún se desconocen muchos aspectos de cómo el hongo es capaz de controlar el comportamiento del hospedador, llegando a modificar sus movimientos e, incluso, a alcanzar la hoja donde se anclará finalmente.

Un gran ejemplo de lo curiosa y aterradora que puede llegar a ser la naturaleza.

Artículo original: https://www.pnas.org/content/114/47/12590.full

Profesora Araceli Giménez

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