En la actualidad, el impuesto al queroseno para reducir la huella de carbono que produce la aviación se encuentra sometido a debate político y social de forma continua, pese a ser el medio de transporte más seguro. Pero, ¿cuál es la magnitud de dicha huella?

Según un estudio llevado a cabo por científicos del Centro Internacional para la Investigación Climática y Medioambiental (CICERO) y del Instituto Internacional para el Análisis de Sistemas Aplicados (IIASA), se estima en 250 kg de CO2 las emisiones de un conductor que viaje sin más ocupantes en coche durante 1000 km (0.25kg de CO2/km), coincidiendo dicha cifra con la de otra persona que realizase el mismo viaje en avión. Para la asociación Taca, dicha emisión se estima entorno a los 0.22kg de CO2/km. Por otro lado, si la misma persona realizase ese trayecto con otros cuatro ocupantes, las emisiones de dióxido de carbono se verían reducidas considerablemente (unos 0.05 kg de CO2/km), mismo gasto que viajando en tren, cinco veces menor que en avión.

En 2015 se emitieron 781 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera por parte de la industria aeronáutica, suponiendo esto el 2% del total de las emisiones de dicho año, aumentando al 5% si contamos el resto de gases de efecto invernadero, e incrementándose aún más si tenemos en cuenta los impactos medioambientales derivados de la fabricación de la maquinaria, la extracción del carburante o la construcción de aeropuertos.

Además, el viaje aéreo tiene otros efectos que la emisión de gases nocivos, como la producción de estelas y cirros (un tipo de nube), que influyen sobre el clima y la capa de ozono, o el ruido que producen los aviones, que afectan a millones de personas.

Esta misma industria calcula que, en veinte años, el número de vuelos es habrá duplicado y con ello, las emisiones. Magdalena Heuwieser, de la ONG europea Finance and Trade Watch,  afirma que, entre 1990 y 2010, las emisiones globales de CO2 aumentaron un 25%, y un 70% las de la aviación. Siguiendo este ritmo, las emisiones de los aviones se habrán multiplicado por ocho en 2050, representando el 20% de las emisiones globales.

Tras todas estas afirmaciones, y con la urgencia del cambio climático, la solución más simple sería la reducción del número de vuelos, idea ratificada por Andrew Murphy, de la organización ambientalista Transport & Environment: “Tenemos que aceptar que nuestras ganas de volar rápidamente y por poco dinero no son sostenibles, y cambiar nuestros hábitos de consumo”. Es por esto que cada vez gane más fuerza la opción de crear un impuesto sobre el combustible de los aviones.

Según un informe de la organización Transport & Environment, un impuesto sobre el queroseno de aviación vendido en Europa (como ya hacen países como EEUU, Australia, Japón o Canadá) reduciría las emisiones del sector en un 11% (16,4 millones de toneladas de CO2, equivalente a eliminar cerca de 8 millones de automóviles de las carreteras) sin tener un impacto neto en el empleo o en la economía en su conjunto. Asimismo, este impuesto supondría un aporte de 27.000 millones de euros a las arcas públicas cada año.


BIBLIOGRAFÍA

https://www.transportenvironment.org/

https://cicero.oslo.no/en

http://www.iiasa.ac.at/

https://www.dw.com/es/volar-o-no-volar-el-coste-medioambiental-del-transporte-a%C3%A9reo/a-42096313

https://reporterre.net/Les-fantasmes-d-une-aviation-ecologiquement-responsable

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