A finales del siglo XIX se exacerbó una ya latente misoginia por parte de los hombres bajo una serie de numerosas circunstancias. El temor al nuevo papel que la mujer desarrollaba en el trabajo y en la vida pública, los movimientos feministas, el crecimiento de la prostitución y el miedo al alza de las enfermedades de transmisión sexual, de las que las mujeres eran consideradas principales portadoras, influyeron en la creación de numerosas teorías de carácter antifeministas.
Se desarrolló una iconografía de la mujer como ser artificial (amante y estéril), en contraposición a la mujer natural (esposa y madre). La Iglesia glorificó a María porque ella es la “no-mujer”, la mujer desexualizada, la que concibe sin el pecado. Eva, sin embargo, es la madre de todas las mujeres, aún siendo la mujer sumisa que permaneció junto a Adán. Podríamos decir que la palma se la llevó Lilith, la primera mujer de Adán, que le abandonó aún habiéndole pedido Dios que se quedase a su lado. Es la primera mujer que se rebela contra el hombre, y se verá como el demonio, devoradora de hombres. Su imagen con su larga cabellera pelirroja poblará pinturas de este periodo (Fig.1). Lilith es Eros y es Thanatos, es el Paraíso para el hombre, pero encarna al mismísimo Diablo. Sin ella el hombre no puede vivir, pero es ella la causa de todos sus males.
LA DOBLE MORAL VICTORIANA:
La elección de mujer o marido en la burguesía victoriana venía determinada por intereses económicos, instigados por padres que amenazaban con retirar su futura herencia. Esto propició que el placer sexual y el matrimonio no necesariamente fuesen de la mano. La mujer tenía la misión de tener hijos y educarlos, y la amante debía dar placer al hombre. A consecuencia de ello, se vio una sociedad que eliminó el sexo de su vocabulario, creando uno nuevo, ya que estas prácticas en el ideal victoriano estaban totalmente mal vistas (a pesar de resultar muy habituales).
Tras la Revolución Industrial, las esposas de las medias y altas clases pasarán a ser amas de casa y de la familia burguesa, dependiendo económicamente de sus maridos. Algunos pintores retratarán a estas mujeres realizando el dolce far niente en sus hogares, como consecuencia de su incrementado tiempo libre. A consecuencia de este perfil de mujer, se creó la imagen de la mujer cristiana madre y monja, aniñada, desvalida y falta de protección, tan frágil y delicada como una rosa.
¿Tienen las mujeres deseo sexual? La respuesta resulta negativa en palabras de un profesor de Oxford de la época, que aseguró a sus alumnos que de cada diez mujeres, a nueve no les gusta el acto sexual, y la que queda para conformar diez es una prostituta. Muy a su pesar, los hombres tendrán que aceptar lo que resultó una desagradable respuesta por parte de la ciencia del momento, que afirmó que las mujeres sí tenían deseo sexual.
Los hombres, maridos y padres, se vieron desafiados por mujeres e hijas que reclamaban su lugar en el mundo, sus derechos y el control de sus vidas. (Fig.2) El artista fin de siècle se verá envuelto en este temor hacia la mujer, a la que elogiará y de la que, a la vez, estará aterrado.
LA FEMME FATALE:
La femme fatale destacará casi siempre por su larga y suelta melena pelirroja, sus penetrantes ojos verdes y su pálida piel que acentúa el contraste del resto de su cuerpo. Esta mujer representa todos los vicios, el mal y el deseo absoluto, adquiriendo a veces apariencia felina.
(Fig.3) Los Prerrafaelitas, en Inglaterra, verán el arte como guía para una vida virtuosa y cristiana reflejando, en ocasiones, la ya nombrada doble moral victoriana. En sus pinturas, Lilith será un personaje muy recurrente.
(Fig.4 )Los Simbolistas, en Francia, verán a la mujer en una dimensión más negativa, ella será su musa y su amenaza, su salvación y su perdición. Para estos artistas hay dos mundos, uno superior, dónde reside el espíritu, y otro inferior, dónde experimentamos la vida cotidiana y vulgar. La femme fatale por excelencia será Salomé.
Por último, en este periodo destacará también el Art Nouveau, que concebirá a la mujer como un objeto y le dará un sentido meramente estético, decorativo.
A menudo estos artistas recurrirán a personajes conocidos de distintas tipologías para poder mostrar a esta mujer dominante.
Por un lado, veremos personajes de la mitología pagana, como pueden ser Venus, Medea y Circe. También retratarán personajes bíblicos, como ya hemos comentado, viendo representaciones de Eva, Salomé y Judith, entre otras. Los personajes históricos también estarán en su punto de mira, destacando Cleopatra. Muy interesante resulta también la apropiación de monstruos atroces, que utilizan para narrar sus miedos más profundos, en los cuales el hombre aparece siempre como una figura inofensiva, viendo representaciones de mujeres esfinge, sirena, ninfa, arpía y vampiro, entre otras (Fig. 5 y 6)
Concluyendo, la figura de la mujer se vio ampliamente modificada en la pintura a finales del siglo XIX debido a los cambios que la mujer estaba reclamando en la vida real. Los artistas, atraídos y atemorizados por la mujer, a la cual no comprendían y que lograba atrapar sus sentimientos, supieron reflejar este temor a la nueva mujer que estaba creciendo y reclamando su lugar en el mundo contemporáneo.

(Fig. 5) Waterhouse, Hylas y las ninfas, 1896

(Fig. 6) Munch, Vampiro, 1894.
Profesora Araceli Giménez