De entre todas las teorías que se aceptan como un hecho dentro del campo de la Biología, sin duda una de las más hermosas es la Teoría Endosimbionte, publicada por Lynn Margulis en el año 1967. Si bien en su momento no recibió la atención merecida y la teoría fue menospreciada por sus congéneres varones como solía suceder con las ideas propuestas por mujeres que decidían dedicarse a una profesión, hoy en día se la considera como un hecho más que como una teoría, que no puede ser puesta en duda de manera razonable. Veamos el por qué.
Existen dos grandes clasificaciones de los organismos vivos en función de que posean membranas compartimentando el interior celular y formando orgánulos o no: están los eucariotas, que la tienen (el ser humano y todos los animales, junto a plantas, hongos y protistas como son los protozoos y amebas, están incluidos entre ellos) y los organismos vivos que no tienen esta compartimentación, los procariotas, también conocidos como bacterias (donde encontramos a eubacterias y arqueobacterias… pero las arqueobacterias tienen algunas particularidades muy especiales y no nos meteremos con ellas hoy). Como observaciones previas, diremos que las bacterias tienen un tamaño bastante menor que las células eucariotas (pista número 1). Éstas tienen además todas sus proteínas, complejos y componentes, incluso su ADN circular (pista número 2), distribuidos (probablemente con cierto orden y concierto pero sin barreras) por todo su espacio interno, el cual carece de membranas que delimiten regiones o conformen orgánulos. Poseen además, una membrana interna y una pared más rígida de mureína envolviéndola a ésta. Las hay que envolviendo a su vez a estas dos, tienen una membrana externa. Pero al menos la interna y la pared la poseen todas (pista número 3). Para reproducirse, se dividen por fisión binaria (pista 4), una forma de división diferente a la de las células eucariotas.
Por otro lado, los eucariotas, como son las células que nos conforman, son mucho más grandes (aquí enlazamos con la pista número 1) y poseen una serie de orgánulos delimitados por membranas similares a nuestra membrana externa (enlazamos con la pista 3). Probablemente el orgánulo más famoso de nuestras células es el núcleo, dentro del cual tenemos nuestro ADN de forma lineal, es decir, con dos extremos por molécula, (comparémoslo con el ADN circular bacteriano, sin extremos, similar a un anillo, de la pista número 1). Y estas células eucariotas se dividen por mitosis, otro tipo de división dentro el universo de los seres vivos.
Pues bien, otros orgánulos menos conocidos presentes en nuestras células son las mitocondrias. Estos simpáticos entes nos ayudan a degradar la materia orgánica que consumimos utilizando el oxígeno que respiramos para obtener la energía necesaria que nos permita realizar todas nuestras funciones, desde la energía requerida para el mantenimiento de la estabilidad celular interna hasta la energía adicional que utilizamos en una carrera. Y si nos adentramos un poco más en su observación, encontraremos hechos de lo más fascinantes. Para comenzar, su tamaño es similar al tamaño de una bacteria media (recordad la pista 1). Están envueltas por dos membranas, siendo la más exterior de una composición idéntica a la de las membranas celulares de los eucariotas, y la interior extremadamen
te similar a la de una bacteria (pista 3). Además, tienen un ADN circular propio (pista 2), con información para fabricar la mayoría de sus proteínas y componentes, como si fueran casi independientes de la célula que las contienen. Y mientras las células eucariotas se dividen a su ritmo por mitosis, sus mitocondrias lo hacen al suyo propio por fisión binaria (pista 4).
Estas y otras cuestiones no pasaron desapercibidas a Lynn Margulis, y tras estudios detallados, concluyó que en un pasado muy remoto, una especie primitiva de bacteria ameboide engulló a otra bacteria aerobia (que respiraba oxígeno) más pequeña y ahí comenzó una convivencia que perdura aún hoy en día.
Imaginad la situación: una bacteria algo grande y con una membrana capaz de emitir deformaciones va nadando por su charca y se encuentra con otra más pequeña. Inmediatamente emite una especie de pseudópodos que parecen querer abrazar a la pequeña, la engloban. Pero no es un abrazo amistoso ni fraternal: la bacteria grande tiene hambre y se ha encontrado a un comestible y suculento individuo en su camino. Cuando los pseudópodos de la bacteria grande han rodeado casi en su totalidad a la pequeña y se encuentran entre sí, se fusionan. La bacteria que es engullida queda completamente internalizada dentro de la bacteria glotona. Debería entonces comenzar un proceso de digestión rutinario. Pero esto no ocurre, y en su lugar, la bacteria pequeña continua su vida allí dentro de la otra, en aquella vesícula que la contiene. ¡No se debe estar tan mal ahí dentro, a fin de cuentas!
Generación tras generación, aquellas dos bacterias continuaron viviendo, una dentro de la otra. La pequeña, que respiraba oxígeno y era eficiente produciendo energía, se dividía y continuaba con su vida en tan limitado pero especial volumen, y cuando la grande se dividía por su parte, las dos nuevas células hijas a las que daba lugar se llevaban consigo una fracción de las bacterias respiradoras que se habían dividido antes, manteniendo así un linaje dentro del otro. Fueron pasando las generaciones y fueron conviviendo tan estrechamente que cada vez una era más dependiente de la otra. Algunos de los genes de la bacteria interna pasaron al genoma de la que la englobaba, y la que la englobaba perdió su forma de producir energía y pasó a depender completamente del metabolismo productor de energía de la interna, momento en el que se selló definitivamente aquella unión y se hizo imposible la supervivencia de las dos por separado.
Así hasta nuestros días, donde son incontables las especies descendientes de aquella primera unión, donde es ya indistinguible dónde está una vida y dónde está la otra.
Éste no fue el único evento de esta índole. Los cloroplastos, los orgánulos donde las células vegetales realizan la fotosíntesis, tienen el mismo tipo de origen, y es posible que los flagelos, las estructuras que algunos tipos de células utilizan para nadar (similar a las colas de los espermatozoides) también.
La teoría de la endosimbiosis es cooperación, es la unión entre dos organismos para dar uno nuevo de complejidad superior y amplias posibilidades. Es la fusión de dos seres con propiedades y capacidades distintas para dar origen a uno nuevo con propiedades emergentes, es decir, que no suponen la estricta suma de las propiedades de sus dos predecesores, sino que aparecen nuevas propiedades en el conjunto. La vida pluricelular no existiría como la conocemos de no haber sido por estos eventos de fusión y convivencia. Sería muy diferente, probablemente nunca hubieran aparecido los animales ni nada remotamente similar, ni los órganos que los componen, y la especialización celular no estaría tan avanzada.
Este evento de cooperación y convivencia podría ser de inspiración a nuestra sociedad. Podemos conseguir grandes cosas, aún mayores, en una sociedad cooperativa, donde cada individuo convive en tolerancia y aporta sus capacidades para construir un lugar con nuevas virtudes y posibilidades que antes no tenía. Pero éste es ya un paralelismo, una comparación, demasiado arriesgada que un científico no se debería permitir.
Profesora Araceli Giménez