La epilepsia es una enfermedad no transmisible o no contagiosa que se desarrolla en el cerebro y es diagnosticada en personas de todas las edades siendo su principal síntoma la presencia de convulsiones. De acuerdo con los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS o WHO por sus siglas en inglés) alrededor de 50 millones de personas a lo largo del mundo padecen epilepsia siendo las personas que tienen bajos ingresos las que tienen menos acceso al tratamiento y un aumento en el riesgo de muerte prematura siendo esta última tres veces mayor en comparación con el resto de la población en general.
Las convulsiones en la epilepsia se pueden controlar utilizando fármacos antiepilépticos o medicamentos anticonvulsivos como tratamiento de primera opción. Algunos de los fármacos antiepilépticos que se usan para controlar las convulsiones son la carbamazepina, la oxcarbamazepina, el ácido valpróico, el topiramato, el levetiracetam, por mencionar algunos.
Es conocido que la epilepsia genera un fenómeno que se conoce como “estrés oxidante” el cual se puede definir como un incremento en la producción de radicales libres esto debido principalmente por un desequilibrio en el metabolismo energético (procesos que necesita la célula para obtener energía y donde se encuentra involucrada la transformación de las grasas y las azucares) y en la transmisión de señales de las neuronas presentes en el foco epiléptico (lugar donde se presenta la convulsión). Debido a lo anterior, en diversos estudios a lo largo del mundo, han propuesto que los fármacos antiepilépticos pueden tener un efecto de protección al cerebro por un posible papel antioxidante (como una sustancia que previene la oxidación que se produce por la presencia de radicales libres).
Respecto a lo anterior, se ha visto que el topiramato es capaz de “atrapar” algunos radicales libres de manera directa ya que fueron generados “in vitro” es decir, con técnicas experimentales que permiten generar la molécula oxidante de manera directa o indirecta, como por ejemplo al peróxido de hidrógeno o H2O2, el ácido hipocloroso o HOCl y el radical superóxido o O2− que son moléculas que comúnmente oxidan a la célula. En otro estudio realizado en 2018, en niños mexicanos con epilepsia, se demostró que la epilepsia produce estrés oxidante pues se observó un incremento en marcadores de daño por oxidación en proteínas, material genético como ADN, y en lípidos además de que se observó la presencia de peróxido de hidrógeno en la sangre de estos pacientes. El ácido valproico (generalmente administrado como sal de magnesio o de sodio a los pacientes) es capaz de disminuir todos estos parámetros de oxidación cuando este fármaco es administrado durante un año. Adicionalmente, el ácido valproico aumenta el funcionamiento de algunos componentes antioxidantes celulares (llamados enzimas antioxidantes) como lo sería la catalasa. Estos resultados concuerdan con estudios realizados en otras partes del mundo donde se ha observado que algunos otros fármacos antiepilépticos como el fenobarbital, la carbamazepina, además del ácido valproico, presentan actividad antioxidante protegiendo de diversos daños de oxidación.
Lo anterior nos permite ver que los fármacos antiepilépticos presentan un efecto protector en las neuronas porque uno de las formas en las que puede tener un efecto benéfico en nuestro cerebro es por medio de su papel contra los radicales libres y otras sustancias que oxidan y que están presentes en la epilepsia. Se debe mencionar que faltarían más estudios para verificar si el tipo de población, la edad, la dosis del fármaco, el tipo de epilepsia, la presencia de otras enfermedades y el estilo de vida de los pacientes diagnosticados con esta enfermedad pueden influir en la capacidad antioxidante de éstos fármacos.
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