Nicolás de Oresme (1323 – 1382) fue una de las figuras más destacables del siglo XIV. Teólogo y obispo de Lisieux (Francia), sus intereses abarcaban disciplinas como las matemáticas, la astronomía, la filosofía y la música. Por si fuera poco, también hizo una notable incursión en el campo de la economía, donde se propuso sacar a la luz las leyes que explicaban el comportamiento del dinero, y comenzó desde cero, poniendo en cuestión incluso su etimología. En 1355 había terminado su Tratado sobre el Origen, Naturaleza, Ley y Alteración de las Monedas, aunque muy bien podría haberse llamado “Tratado sobre la inflación”.

Nicole d’Oresme

En los escritos de Platón y Aristóteles había triunfado la teoría estatista del dinero, la cual defiende que es el Estado quien define qué es el dinero. De hecho, la palabra griega que designa el dinero (noumisma) deriva de nomos, que significa ley. Para Oresme, la palabra latina para el dinero (moneta) tiene un origen diferente. Nada tiene que ver con la ley ni el Estado, sino con la información sobre quién certifica el dinero, por lo que su raíz deriva del verbo moneo (informar o advertir). En efecto, Oresme sostiene que el dinero es una mercancía caracterizada por:

1) una cantidad de metal precioso (oro, plata, cobre)
2) una estampa que certifica su finura metálica

La producción de dinero no fue, por tanto, un acto burocrático sino una actividad de mercado, como nos cuenta Oresme:

“Cuando las gentes empezaron a comerciar, o a comprar bienes con dinero, éste carecía de estampa o imagen. La cantidad de plata o bronce era intercambiada por carne o bebida, y era medida por su peso. Desde que empezó a ser molesto recurrir constantemente a escalas o patrones y determinar la equivalencia exacta del peso, y desde que el vendedor no estaba seguro del grado de pureza del metal ofrecido, fue prudentemente dispuesto por los sabios de ese tiempo que los trozos de dinero habían de ser de un metal dado con un mismo peso y todos debían ser estampadoscon una marca conocida por todo el mundo para indicar la calidad y peso de la moneda. Por lo tanto, las sospechas serían evitadas y el valor aceptado de buena gana. Y la estampa sobre las monedas fue fundada como una garantía de finura y peso. Está claramente probado por los nombres de las monedas antiguas que se distinguían por su estampa o marca, como la librachelínpenique, medio penique o como el sextula, y similares, los cuales son nombres de peso aplicados a las monedas.”

Oresme dice claramente que no fue el Estado quien ordenó la creación de monedas, sino “los sabios” (ciudadanos cultos de una sociedad libre) quienes lo llevaron a cabo. Entonces, ¿dónde entra en juego el Estado? Oresme aplica la función del Estado a algún tipo de intervención sobre el dinero. Su punto de vista es que el monarca de un país disfruta de la confianza de los ciudadanos y, por tanto, confían en su sello para estampar las monedas, aunque el dinero sigue siendo establecido y elaborado para el bien de la comunidad.

El tratado de Oresme también habla de que la intromisión del Estado en materia monetaria lleva a una expansión de la oferta de dinero más allá del nivel que se hubiese conseguido a través del mercado libre. En otras palabras, el Estado provoca la inflación. En los tiempos de Oresme, la alteración de las monedas era la única técnica para la inflación. El gobierno no controlaba la reserva bancaria, pero podía alterar la estampación de las monedas. Por ejemplo, en una economía donde predomine el uso de la moneda de una onza de cobre que tenga estampada la frase “esta moneda contiene una onza de cobre fino”. Ahora el Estado se inclina por la inflación y cambia la estampación por “esta moneda contiene dos onzas de cobre fino”. De esta manera se ha aumentado la oferta monetaria, lo que utilizaba el Estado en su favor para hacer frente a sus deudas.

Aparentemente, la inflación es innecesaria pues un cambio en el valor nominal de la oferta monetaria se contrarrestaría simplemente con una variación general de los precios. Pero Oresme también comprendió que la inflación no era un juego de suma cero entre el Estado y los ciudadanos, sino que genera pérdidas netas porque deteriora el vehículo de la cooperación social. Pervierte el dinero y al final provoca que se intercambie y se produzca menos. La inflación beneficia a quien la crea, y el Estado se acostumbró a sacar buen partido de ella. Cabe pensar, por ejemplo, en cuánto de más recauda por impuestos indirectos con el aumento de los precios. Oresme escribe:

“Soy de la opinión que la principal y causa final de por qué el príncipe pretende tener el poder de alterar la acuñación es debida al beneficio que puede obtener de ella aunque, por otra parte, es una tarea totalmente inútil. Propongo, pues, dar plena muestra de que tal beneficio es injusto. Por cada cambio sobre el dinero, excepto en casos muy raros […], la manipulación significa falsificación y engaño, y éste no es el derecho que pueda tener el príncipe como se ha visto anteriormente. 
Por lo tanto, desde el momento en el que el príncipe, de forma injusta, se hace con este indebido privilegio, es imposible que sea justificado como beneficio. Además, la cantidad de beneficio que ha tomado el príncipe es necesariamente la pérdida de la comunidad. Cualquier pérdida que el príncipe imponga a la comunidad es injusto y un acto digno de un tirano y no un príncipe tal y como dijo Aristóteles. Y si el tirano miente diciendo que tal beneficio es en favor público, no ha de ser creído[…].
Nada obtenido mediante la farsa será jamás usado con buenos propósitos. Otra vez, si el príncipe tiene el derecho de realizar una simple alteración en la acuñación e ingresar algún beneficio de tal acción, también tendrá el derecho de hacer mayores alteraciones y obtener mayores beneficios, y al hacer esto más de una vez lo seguirá repitiendo en el futuro… Y es muy probable que el príncipe o sus sucesores sigan haciéndolo lo mismo cada vez que lo deseen o también por deliberación de su consejo tan pronto como les sea posible ya que la naturaleza humana está inclinada a amontonar riquezas que vengan fácilmente.
Por lo tanto, el príncipe no dudará en sacar casi todo el dinero o riquezas de sus súbditos hasta reducirlos a la esclavitud. Éste es un acto tiránico.”

Dentro de las pérdidas netas que suponen la inflación, Oresme apunta estos riesgos:

  • “el mal dinero desplaza al bueno”, principio conocido con posterioridad como la ley de Gresham.
  • la falsificación oficial atrae a falsificadores que se aprovechan del envilecimiento de la moneda.
  • la disminución del comercio ante la desconfianza.

Oresme comenta que, aunque el Estado es el único beneficiado por la inflación, nunca ha prosperado a largo plazo gracias a ella. Sobre sus consecuencias durante el Imperio romano, señala:

“Si los italianos o romanos hicieron al final tal alteración, como parece ser por las monedas antiguas encontradas en el país, ésta fue probablemente la razón por la que ese noble imperio acabó desapareciendo. Así pues, esos cambios en la moneda son tan funestos que resultan ser totalmente inadmisibles.”

Oresme concluye que ni el Estado ni ningún grupo concreto está legitimado para alterar la acuñación, pues el dinero es propiedad de toda la comunidad. Aunque actualmente la inflación tiene una medida y unas causas diferentes a las de la época de Oresme, su tratado está repleto de sentido común, y puede ser aplicable a los casos de crisis económica tan conocidos y cercanos a nuestro tiempo.

Fuente:

  1. G. Hülsmann, Nicholas Oresme and the First Monetary Treatise, Ludwig von Mises Institute [blog], https://mises.org/daily/1516, visitado el 21/05/2014.

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