El reino vegetal no suele estar entre los más utilizados cuando se trata de hacer divulgación científica. La verdad, es que una planta tiene poco que hacer cuando se trata de competir contra feroces dinosaurios o misteriosos agujeros negros para atraer la atención del público. Hasta una partícula subatómica con nombre de hobbit puede acaparar más popularidad que un simple vegetal.
Reconozco que yo mismo, de pequeño, siempre me sentía atraído por temas relacionados con animales o con el espacio, y jamás me preocupé por las plantas. Salvo quizá por las carnívoras. Sí, definitivamente esas plantas sí captan nuestra atención y pueden tener alguna oportunidad de engancharnos para leer sobre ellas. ¿Una planta que es una trampa mortal para pequeños animales? ¿Que los atrapa y los digiere para obtener nutrientes y completar su “dieta”? ¡Guau! Eso mola.
Pero no, en este artículo tampoco vamos a tratar de los parientes terrestres de Audrey (esperen, no se vayan todavía). La idea es presentarles a otro grupo de plantas que, aunque suele pasar desapercibido para la mayoría de la población, está más cerca de nosotros de lo que imaginamos. Y resultan fascinantes y problemáticas a partes iguales: son las plantas parásitas. O como reza el título, plantas que se alimentan de otras plantas.
A pesar del desconocimiento general que existe sobre este tipo de plantas, la primera referencia que tenemos sobre ellas nos la dio Teofrasto (371-286 a.C.), cuando en su obra “De historia plantarum” (La historia de las plantas) habla sobre lo que él denomina “όροβαγχη” (orobanche), que literalmente significa “estrangulador de vezas”. Por la descripción detallada que da de la planta en cuestión, sabemos que seguramente se refería a lo que hoy día conocemos como cuscuta: una planta de tallos muy finos, generalmente de color amarillo, naranja o rojizo, carentes de hojas a simple vista, y que se enrollan alrededor de los huéspedes que parasitan, llegando a formar una maraña en la que prácticamente “ahogan” a su anfitriona.

Página de “De historia plantarum” de Teofrasto describiendo la “estranguladora de vezas” (izquierda). Cuscuta creciendo sobre varias plantas (derecha). Fuente: A. Pérez de Luque
Hoy día se conocen más de 4.000 especies de plantas parásitas (aproximadamente el 1% de las plantas con flores), y se han adaptado a casi todo tipo de hábitats, incluidos algunos tan extremos como islas del Océano Ártico (Pedicularis dasyantha) o desiertos africanos (Hydnora africana). Se pueden encontrar verdaderas curiosidades entre este grupo vegetal tan particular, como por ejemplo el género Rafflesia, donde tenemos uno de los records mundiales: la flor de mayor tamaño (superior al metro de diámetro, y hasta 10 kg de peso). Eso sí, no se les ocurra acercar la nariz demasiado, ya que el aroma que desprende esta flor gigante imita al de un cadáver en descomposición, para atraer a las moscas que actúan como polinizadores.

Pedicularis dasyantha en el Ártico (izquierda), Hydnora africana en el desierto (centro), y Rafflesia arnoldii en la jungla (derecha). Fuente: Wikimedia Commons.
¿Pero qué es lo que hace tan particular a este tipo de plantas? Pues básicamente que se aprovechan de las raíces de otras plantas para conseguir su propio alimento. Y en muchas ocasiones, también del sistema fotosintético. Aproximadamente el 10% de las plantas parásitas son lo que se conoce como holoparásitas: carecen de capacidad para realizar la fotosíntesis y dependen por completo del alimento que les pueda proveer su huésped (por ejemplo, algunas especies de cuscuta, que además no tienen raíces de ningún tipo, sólo los tallos que se enrollan alrededor de otras plantas). Una importante excepción en el reino vegetal, ya que son, por tanto, organismos heterótrofos, y no autótrofos como estamos acostumbrados a definir a las plantas. Tengan en cuenta que una planta carnívora, comparativamente, lo que hace es complementar su “dieta” con algunos insectos, pero aún continúa realizando la fotosíntesis y extrayendo nutrientes del suelo con sus raíces. Una planta holoparásita no: todo lo que necesita lo consigue del huésped.
Y esto nos lleva a otra cuestión: ¿cómo obtienen entonces los nutrientes y el agua de las otras plantas? La evolución ha llevado a que desarrollen un órgano único y muy especializado a partir de las raíces (o el tallo en algunos casos, como la cuscuta), denominado haustorio. Se trata de una estructura muy particular, que sirve para mantener unida a la parásita con su huésped y además hacer de puente que penetra en los tejidos del anfitrión para conectar con el sistema vascular (generalmente con el xilema, aunque también con el floema en ocasiones). En la siguiente figura se muestran un par de dibujos de ejemplo de estos órganos, que dan soporte a la planta parásita, la mantienen bien adherida e íntimamente unida a su huésped, y le permiten drenar todos los recursos necesarios para desarrollarse y producir semillas.

Dibujos de secciones de tallos mostrando los haustorios de cuscuta (izquierda) y de muérdago (derecha) penetrando en los tejidos de las plantas huéspedes. Fuente: Wikimedia Commons.
Como habrán podido comprobar, no hay que viajar a lugares exóticos para toparse con este tipo de plantas: la cuscuta suele ser relativamente fácil de encontrar en España en algunos campos de cultivo o incluso en cunetas de las carreteras, y el muérdago es otra especie que podemos observar con cierta frecuencia en nuestros bosques. La próxima vez que vea un castaño en invierno (u otro árbol de hoja caduca) con algunas zonas verdes salpicadas a lo largo de las ramas, recuerde que lo más probable es que esté parasitado por muérdago.
Pero como comenté al principio, las plantas parásitas no sólo pueden resultar fascinantes desde el punto de vista de su estudio, sino que algunas de ellas son responsables de daños devastadores en cultivos como leguminosas, girasol, maíz o sorgo, entre otros. Por ejemplo, en España, además de la cuscuta (que no suele ser un problema demasiado grave), tenemos varias especies del género que recibió el nombre acuñado en principio por Teofrasto: Orobanche, más conocido entre los agricultores como jopo. Tan grave es el problema, que suele ser motivo principal para no poder volver a sembrar determinados cultivos, ya que destruye completamente la producción. Aunque esto lo dejaremos para otro artículo.

Orobanche crenata, el jopo de las leguminosas (las plantas de tallos largos con flores blancas en el extremo), infestando un cultivo de habas. Fuente: A. Pérez de Luque