«Publish or perish« u otras formas de decir que, sin publicar, no podrás progresar como científico
Los lunes son para cogerlos con energía. Para retomar con ganas todo lo que el viernes te prometiste que cambiarías. En mi caso, me levanto pronto, me preparo una taza de café, enciendo el ordenador y empiezo a desenredar los nudos de mi cerebro después de tantas horas durmiendo. En ocasiones, las musas tardan en llegar, y te pasas un buen rato mirando la pantalla, en blanco, y con miles de garabatos que has ido diseñando en un trozo de papel hasta que la bombilla se encienda.
Tampoco quieres ponerte a contar cosas por contar. Es como cuando alguien habla mucho, pero dice poco.
En ciencia, no hay que confundir la CALIDAD con la CANTIDAD.
Me viene a la cabeza la famosa frase de Publish or Perish (Publicar o perecer). Es lo que ocurre en el mundo de la Investigación: La presión por publicar artículos científicos sobre tu trabajo con el objetivo (en principio) de hacer conocer a la comunidad científica tus estudios. Sin embargo, ese objetivo muere cuando te dedicas a la investigación precaria, eres un científico que necesita becas, subvenciones y prestigio científico para poder ir ascendiendo en la escala “científico-evolutiva”. Publicar, algo bueno o algo menos bueno, se convierte en tu obsesión, porque sin ello, no eres nadie. Lo que te apasionaba en un principio, se transforma en un monstruo oscuro, sombras tenebrosas y una ansiedad perenne en la vida del investigador. Porque si no consigues publicar los resultados de tu trabajo, no obtendrás la beca para poder seguir cobrando (aunque sí trabajando, pero ese no es el tema), ni poder hacer una carrera digna como doctor y, por consiguiente, como docente. Y, como es de esperar, todo eso perjudica gravemente tu salud, tu concentración mental y tu amor por la ciencia.
Cuando publicar pierde calidad
«Quizás podrías escribir algún artículo, para cuando salga alguna beca, tener un mérito más en tu expediente» Dice mi superior en la escala científico-evolutiva.
Me pongo manos a la obra. Recopilo todos los resultados obtenidos en los últimos meses e intento darle forma al sinsentido de datos y experimentos. Me pongo a buscar artículos sobre ese argumento (la búsqueda bibliográfica es la Biblia para los investigadores) y leo el primero que encuentro interesante y con chicha relacionada con mi tema.
Así pasas horas, sentado delante del ordenador, dándote cuenta de que, con lo que has hecho en ese periodo, no podrías publicar algo tan bueno como todo lo que estás leyendo.
Pero oye… Publish or perish… Da igual cómo sea tu trabajo, porque estás obligado a publicar si quieres esa beca, si quieres cobrar, si quieres dinero para tu investigación y si no quieres mandarlo todo a tomar.
¿Esto es lo que realmente quiero?
Siempre me había imaginado enseñando e interesándome porque las nuevas cabezas pensantes estuvieran entendiendo lo que les decía, que se les removiera algo cuando trataba de explicarles algo.
Glenn Theodore Seaborg (Premio Nobel de Química en 1951), dijo “La Educación Científica de los jóvenes es al menos tan importante, quizá incluso más, que la propia investigación”.
Siempre he creído que, sin buenos divulgadores y docentes, la ciencia -en particular -, no llegaría a ningún lado. Sería como las leyendas, los cuentos, o las historias que nos cuentan desde pequeños. Sin alguien que las difunda, caerían en el olvido. Es como uno de los principios básicos que nos contó nuestro profe de virología en la carrera (qué gran docente era Isaias, gracias a él adoro todo lo que tenga que ver con los virus y patógenos). Pues bien, él nos dijo tres claves para entender los intereses que mueven al virus:
- Capacidad para superar nuestras barreras Inmunitarias;
- Infectar nuestro organismo;
- Y conseguir diseminarse en la población.
Y sólo con esos tres principios, puedes entender lo que un virus busca: para perpetuarse, necesita el contagio entre la población, y para poder llegar al contagio, nunca matará (intencionadamente) a su hospedador. Es la clave fundamental, porque ÉL depende de nosotros y de los demás vectores (plantas, animales, bacterias, etc.) para poder conseguir su objetivo. De hecho, Richard Preston escribió en The Hot Zone, la verdadera historia del virus del Ébola (realmente recomendable), algo que me dio que pensar:
“You can’t fight off Ebola the way you fight off a cold. Ebola does in ten days what it takes AIDS ten years to accomplish”
Y es ahí donde residiría el principal obstáculo del Ébola: En 10 días acaba con el organismo que infecta. Por eso, el mismo Preston afirmaba que, cuando el Ébola consiguiese evolucionar (un virus evolucionado es aquel que no nos mata porque quiere propagarse), tendremos de frente el Arma Biológica por excelencia.
Quizás me haya ido un poco por las ramas, pero necesitaba apoyarme en Preston para hilar lo que quería transmitir.
La ciencia, si no se propaga, muere en el camino.
Pero es que el problema ya no residiría en la sociedad, sino en los propios investigadores. O, mejor dicho, en la educación que recibimos.
«Lo importante es publicar»
Y por consiguiente nos centramos en publicar nuestros resultados y trabajos en revistas científicas como Nature o Science para llenar nuestro Ego científico, pero ¿qué pasa con la Divulgación Científica? ¿O con los docentes que tienen ganas de enseñar?
No hay que buscar la vocación solamente en la bancada del laboratorio ni en las horas que podemos estar diseñando nuevos experimentos. La vocación también debe residir en la DIFUSIÓN. Porque, en mi humilde opinión, debería ser igual o más importante el contar lo que hacemos al resto de la sociedad, a los jóvenes que aún no saben lo que significa la Investigación y a nuestros familiares en las cenas de Navidad. Saber comunicar es de todos, y solo entrenando esa parte, podremos aplicar una de las GRANDES frases de Albert Einstein:
“No entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela”.
Quizá deberíamos cambiar el término «Publish or Perish» a «Spread or Perish».
IG: te_con_ciencia
¡Totalmente de acuerdo contigo Amira! 🙂